"Sueño ya con dulces fiestas amorosas,
Ante este temprano florecer de rosas"
Ante este temprano florecer de rosas"
Un
jardín de invierno atemporal, con la claridad de un espíritu femenino
habitándolo. Un buenos aires añorado y melancólico entra por las cortinas, que
bucólicas, acarician el piso de madera y las paredes claras. Una mujer poseída
por una pasión de dos caras: la naturaleza y las palabras, encuentra en las
rosas antiguas el exacto punto de ese cruce. La flor perfecta, la nombrada de
mil formas, la que lleva en sí toda la literatura. Juana de Ibarbourou, poeta
apasionada, se retira del mundo y sus vanos homenajes y construye una
biblioteca circular, una especie de torre de Babel, para sus rosas y sus
libros. Va trepando hacia arriba, absorta en su pasión. Y construyendo un
jardín interior en donde se debate entre las plantas que allí crecen y las
palabras que va desgranando desde una pequeña mesa al lado de su sillón.
Construye herbarios, registra hojas, pétalos y linajes. Ya no le importa el
mundo sino este microcosmos en donde recibe a esas pocas personas que aún le
devuelven algo de su interés.
Una
biblioteca circular, como una torre de babel que hacia el cielo sube presa de
una obsesión doble: las palabras y las rosas.
¿Será
que las rosas esconden en sí todas las palabras que los amantes se dijeron
desde que tienen voz? ¿Será que las rosas son el lenguaje vegetal, la sutil
expresión del deseo que atraviesa el cuerpo y el espíritu? Isabelle de
Nabonnard, Madame Butterfly, Marie Antoniette. Con solo nombrarlas se abren
puertas interiores que despliegan historias como capas unas sobre otras.
Hermosas y fragantes mujeres que florecieron a fuerza de espinas.
O
acaso el cuento de Oscar Wilde en donde el pequeño ruiseñor le da su sangre al
rosal para que la blanca rosa se transforme en roja y así el joven amante pueda
bailar con su amada en el baile del rey.
"Si
quieres una rosa roja, la tendrás que formar con música a la luz de la luna, y
teñirla con la sangre de tu propio corazón. Tendrás que cantarme con tu pecho
apoyado contra una espina. Toda la noche deberás cantarme, y la espina rasgará
tu corazón, y la vida de tu sangre correrá por mis venas, y será mía."
Rosas
antiguas, de mil nombres. Rosas que hicieron llorar porque la belleza
necesariamente implica sufrimiento y por eso la rosa de tan bella tiene espinas
que se clavan en el corazón.
No
hay rosas sin espinas….
Juana
de Ibarbourou vivió esa doble obsesión. Y diferente a la poeta de América que
se mostró, tan nívea y pura, vivió la violencia de su interior, atravesada por
las palabras que la naturaleza le traía para atormentarla de gozo y de dolor.
Juana
sufriente, Juanca como Juana de Arco, Juana cantando lo imposible, afiebrada en
su jardín interior, recorriendo en un circulo siempre hacia adentro, los libros
y las rosas, como si solo el perfume de los pétalos y las palabras
impronunciables fueran a salvarla. No hubo hombre que entrar al mágico circulo
de su jardín de invierno. Jardín de invierno sí, porque en el alma del poeta
siempre es invierno y hay que guarecerla de las inclemencias que duelen, de las
espinas que nos clavan una y otra vez. Juana en círculos va de los libros a las
plantas. Lee como si rezara, separa los pétalos como si rezara, va y viene con
pies que vuelan, va con ímpetu de la pluma a la tierra porque ya no importa lo
que sucede en primaveras exteriores.
Homenajes
que la alejan le son ajenos. Acá, solo acá, en círculos, vestida de negro cada
día, con una música interior que le es propia, Juana pasa los días para
siempre, Juana la loca, Juana de arco, Juana de América, con su biblioteca de
Alejandría, o su torre de Babel, rosas y palabras hacia arriba, todo el tiempo
hacia arriba, como buscando algo infinito aunque no exista.
Afiebrada,
de tanto dar vueltas en su espacio interior, a veces escribe desde el sillón,
con letra perfecta que no demuestra la decadencia de los años, escribe largas
cartas que ya no envía porque dejaron de importar las lágrimas que no sean las
de su propio corazón. Escribe recostada, entre sus plantas, amante de sí misma.
Perfecta, como una rosa damascena.
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